
Discos Bontown
El sello disquero que abrió camino a la música verdaderamente alternativa en Panamá
Fundado en 2006, Bontown Records fue más que un sello: un laboratorio sonoro y un espacio de resistencia cultural en la Ciudad de Panamá. Funcionó como colectivo audiovisual, estudio de grabación y taller de investigación, donde se gestaron proyectos que mezclaban experimentación musical, exploración etnográfica y producción contemporánea.
Con un catálogo reducido pero visionario —Deluvianos (2012), Kiribati (2013), Badan Trio (2014) y Darién: Bunde y Bullerengue (2006)— Bontown documentó un paisaje sonoro pocas veces visibilizado: desde fusiones urbanas hasta registros de tradiciones afrodescendientes y experimentos sónicos adelantados a su tiempo.
En su momento, solo un círculo reducido de artistas, investigadores y público alternativo tuvo acceso a estas producciones. Hoy, desde la Fundación del Sonido, reconocemos a Bontown como una de nuestras raíces: un showcase único de la creatividad panameña que merece ser preservado, reeditado y compartido con nuevas generaciones.
Más que un sello, Bontown fue una declaración: la certeza de que Panamá tenía —y sigue teniendo— un sonido propio, diverso, arriesgado y profundamente conectado con su memoria. Próximamente relanzaremos el catálogo completo, incluyendo grabaciones inéditas, como parte de nuestro trabajo de preservación y activación del patrimonio sonoro.
Lo que definió a Bontown no fue la técnica ni los recursos materiales, sino la voluntad radical de experimentar sin prejuicios. Cada proyecto se concibió sin una agenda que respondiera a expectativas externas ni a un resultado predeterminado. Esa ausencia de presión abrió la puerta a una libertad absoluta: ¿qué sucede si la música se crea sin límites, sin ataduras económicas, sin la necesidad de parecerse a nada?
La respuesta fueron obras únicas, atemporales, imposibles de encasillar en géneros o etiquetas. Fueron piezas concebidas con la convicción de que la música merece respeto, tiempo y entrega total; que hacerla es un acto de paciencia y de voluntad creadora, no de competencia ni de urgencia.
El trabajo en Bontown también se nutrió de técnicas tomadas de otras disciplinas: la escucha como práctica corporal, la experimentación como método de investigación, la grabación como gesto etnográfico. Cada sesión fue un espacio de prueba y error, de improvisación y reconfiguración. Más que grabar canciones, se trataba de construir un entorno sonoro que respiraba con la misma complejidad del contexto panameño.
Esa voluntad de abrirse a lo desconocido funcionó como un detox creativo: un rechazo a la inmediatez de la industria, una apuesta por procesos largos, casi rituales, donde la música podía madurar sin prisa.
La experiencia en Darién fue un punto de inflexión. Allí, el contraste con lo que se venía haciendo musicalmente en la ciudad se hizo evidente: la música no era un producto, sino una práctica orgánica, algo que se escucha con todo el cuerpo y que exige tiempo y presencia. Esa lección permeó todo el trabajo posterior: grabar no era solo capturar sonidos, sino participar de un proceso vital, abierto y comunitario.
Ese cruce entre lo urbano-experimental y lo orgánico-darienita fue lo que dio sentido al sello: un espacio donde podían convivir la precisión técnica de un estudio con la crudeza de la tradición oral, el ruido con el silencio, la experimentación con la memoria.
